Después de leer la nota donde
Lydia Cacho hace pública su
despedida del Universal, no pude evitar acordarme de Silvia. Todo surgió de una
charla en particular. En esa ocasión criticó mi manera de desenvolverme en el
mundo e hizo su declaración de principios, bajo el siguiente supuesto: Hasta
que no vea algo tuyo publicado en el Universal para mí, no eres un escritor y
menos un artista;
en cierto modo, ese
ataque frontal solamente me dio algo de risa, pues es bien sabido que los
periodistas no son artistas, sino comunicadores, aunque en algunos casos se
pueden ser las dos cosas. Además, yo nunca he hecho alarde de ser artísta, a lo sumo escribo y he publicado algunas chacharas. Tal vez lo sea, tal vez, no.
Pero esto si es un hecho: soy partidario del libre pensamiento, incluso de ser calibrado según los parámetros ajenos, pero
en ningún momento acepto imposiciones investidas por maneras particulares de
ver la vida. De entrada, si se busca ese efecto, es importante usar artilugios
sumamente sofisticados, pues en el momento donde perciba el aroma de lo vertical
se desmorona el argumento.
Escuchar palabras derivadas de esa absurda fijación por las jerarquías,
esa tendencia de solamente aceptar discursos legitimados e institucionales. La
parafernalia de esa fe casi dogmática donde la sabiduría nada más es resultado
del transcurso del individuo en el tiempo; entre más viejo, más sabio, en mí
caso no es una ley irrefutable ¿Acaso Arthur Rimbaud a sus 18 años no había
vivido más vidas que cualquier humano en plena senectud?
Comprendo, y es
natural la aversión hacia cierto tipo de individuos que viven al margen de lo
dictado por la cultura, la historia y la sociedad. Estos sujetos nunca fueron
seducidos por el premio o el castigo. La experiencia por la experiencia es su móvil.
Llenaron la canasta del yo con desmembrados ídolos, los cuales mataron con sus
propias manos. Ese acto tan vil, para la
mayoría, los lleva a la prisión más grande y tenebrosa de la existencia: el ser
uno mismo, a pesar de los demás y de su propia persona.
Estos personajes a los ojos de los tradicionalistas y
moralmente correctos son parecidos a una caricatura de bufón. Son Sid Vicious
en los Sex Pistols, Lorenzo en los Tres Huastecos. El salmón es el símbolo impreso
en su psique. Tienen el poder de cerrar el puño y acometer contra el espejo
para suprimir la imagen de ellos mismos, de la cual podrían enamorarse.
Es por eso y no por otra razón que, se pierde el tiempo al tratar de etiquetar a
un iconoclasta manchado de sangre por haber pulverizado su propio reflejo.